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Alfarería de Pomaire

A cien kilómetros de Santiago, inmersa entre cordones de cerros de la Cordillera de la Costa, la tradicional localidad de Pomaire mantiene viva desde los siglos XVI y XVII una tradición alfarera cuyos orígenes, cuentan sus cultores, se remontan a un “pueblo indio”. Encomenderos, estancieros y hacendados de la época trasladaban a esos hombres de un territorio a otro. Y en cada pedazo de tierra que pisaban iban dejando la sabiduría de sus piezas: vasijas de greda de un particular tono café rojizo medio lustroso.  

Esa temprana especialización alfarera se debe, en gran parte, a las prósperas minas de arcilla que rodean la zona. En un inicio, en carretas o a pie, acompañadas de sus maridos, hijos e hijas, las loceras salían a cambiar loza por alimentos. Y prontamente fueron cada vez más las que se aventuraron a cambiar la tierra y la recolección de frutos por el torneado. Así, para 1853 era común ver salir desde Pomaire caravanas de carretas cargadas a tope con loza, que iban a parar a haciendas y al mercado El Cardonal, en Valparaíso. 

De esas piezas que elaboraban las familias cultoras de entonces, las artesanas de Pomaire conservan solo algunas, que han logrado sobrevivir pese a la fuerte intervención de productos industriales en la zona que ha dejado en una posición de desmedro a la tradición y, de paso, al traspaso generacional del oficio.

La elaboración de estas piezas se da al interior de cada clan, mediante un proceso extenso y doméstico, en el que utilizan instrumentos simples, fabricados por ellos mismos. Después de extraer la arcilla de las canteras, la materia prima se deja reposar entre dos y tres semanas para luego meter las manos en la masa: mezclan, aprietan y aglutinan con una singular experticia; distribuyendo la humedad y eliminando las burbujas de aire hasta conseguir una arcilla lo suficientemente maleable.

Solo entonces mujeres y hombres le dan forma a los objetos, ellas mediante el modelado manual y ellos con la ayuda de un torno manual o de pie, de carácter mestizo, el cual fue introducido en Pomaire. Levantan el ceramio de manera uniforme. Le añaden asas y orejas. Con trozos de metal o mates de calabaza eliminan la greda sobrante hasta unificar el grosor de la pieza. Una vez que está completamente lisa, la dejan orear.

“Empecé lustrando piezas de greda a los ochos años en la casa de unos vecinos y desde entonces no paré más. Alucinaba viendo estas piezas tan lindas, de color natural, bien terminadas, sin imperfecciones, así que me decidí a continuar con la tradición de esa misma forma, a la antigua, todo a mano, sin saltarme ningún paso”.— Rosa González (64), artesana de la Agrupación de Artesanos y Alfareros en Greda Tradicional de Pomaire. 

Si el clima acompaña, como en primavera y en verano, el secado es rápido. En el invierno lluvioso y húmedo, en cambio, las artesanas se adaptan: producen piezas más pequeñas, más rápidas de modelar, que pueden secarse dentro del fogón y cocerse en un lugar techado y resguardadas del viento; mientras que las piezas más grandes quedan relegadas a los meses de buen clima. En ambos casos, eso sí, cuando la pieza está semi seca, son las niñas y las mujeres más jóvenes quienes realizan el bruñido o lustrado. Con una piedra ágata muy lisa se pule nuevamente la superficie para darle brillo y acabado.

Aunque algunas artesanas y artesanos aún desarrollan la cocción tradicional –en pilas, en el suelo–, una buena parte opta por cocer las piezas en hornos de ladrillos, con revoques de barro y llama directa, que resulta más rápido y menos complejo. Es entonces cuando adquieren ese característico color rojizo, propio de la arcilla pulida y cocida, que en ocasiones, cuando quieren darle un tono más oscuro, se ahúman sobre brasas de bosta de animal o paja de trigo.

Pese a que aún existen artesanos que desarrollan esta alfarería, sus cultoras son principalmente mujeres, quienes durante los meses de alta producción pueden llegar a trabajar seis días a la semana, entre cinco y ocho horas diarias, elaborando tres tipos de piezas clasificadas según sus medidas. Las de formato pequeño, modeladas a mano, que tradicionalmente son conocidas como miniaturas o juguetes. Las medianas, moldeadas en torno, para crear piezas utilitarias como sus ya conocidas pailas, ollas, platos, chanchas y braseros. Y las de gran formato, como maceteros o tinajas, que por sus dimensiones son hechas con la técnica de lulo, como le llaman: añadiendo, poco a poco, en medidas porciones, la greda.  

Fuente bibliográfica 
Para el desarrollo de este contenido fueron consultadas publicaciones de Memoria Chilena y el catálogo Colección Patrimonial. Textiles., elaborado por el Área de Conservación y Patrimonio de la Fundación Artesanías de Chile. 

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Color de la pieza +

  • 17 Amarillo
  • 25 Azul
  • 23 Beige
  • 155 Blanco
  • 298 Café
  • 102 Gris
  • 1 Marrón
  • 22 Morado
  • 150 Multicolor
  • 9 Naranjo
  • 67 Negro
  • 28 Plata
  • 50 Rojo
  • 20 Rosado
  • 29 Verde
  • 1 Api
  • 1 Caramelo
  • 6 Celeste
  • 1 Lila
  • 1 Narajnajo
  • 1 Turquesa

Material de la pieza +

  • 111 Cerámica
  • 35 Fibra animal
  • 11 Lana
  • 114 Madera
  • 51 Plata
  • 39 Tela
  • 1 Alpaca
  • 1 Cacho buey
  • 11 Cuero
  • 116 Fibra de alpaca
  • 120 Fibra vegetal
  • 320 Lana de oveja
  • 3 Metales
  • 3 Piedra
  • 13 Yeso
  

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