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En la Región del Biobío, 30 kilómetros al noroeste de Concepción, en un pequeño sector rural llamado Quebrada de las Ulloa, desperdigados en parcelas mujeres y hombres viven principalmente de la horticultura. En un sector que es parte de la llamada Ruta de la Greda, en la comuna de Florida, cuando ellos no están cultivando plantas en sus huertas, trabajan una alfarería tradicional de raíces Mapuche, aunque influenciada por diseños españoles que datan de tiempo de la Colonia.
Se trata de piezas que son el resultado de una mezcla de dos arcillas, además de una técnica milenaria que preserva la identidad campesino-agrícola de la zona a través de piezas tradicionales como pailas, ollas y fuentes; con motivos de aves, patos, gallinas, pavos y chanchos, y otros rasgos antropomorfos.
Para vender las piezas, cuentan las maestras y maestros alfareros de Quebrada de las Ulloa, sus antepasados Mapuche debían realizar largos viajes en carreta hasta llegar a localidades aledañas, donde intercambiaban una a una sus creaciones: una fuente vacía por una fuente llena de legumbres o cereales. Aunque es poco y nada lo que hoy queda de ese acto de trueque, el proceso de producción de las piezas se mantiene intacto.
Cuando llega el verano, se encaminan a vetas de gredas en los campos aledaños a sus casas y con las mangas arremangadas recolectan con sus propias manos la greda; ayudándose con herramientas simples como picas y palas. Un poco de arcilla gruesa y áspera, y otro poco de arcilla delgada y suave, ambas muy moldeables, que luego mezclan en su justa medida, dependiendo del tamaño y la finura de la pieza que deseen realizar: por ejemplo, mientras más grande sea la pieza, bien saben sus cultoras y cultores, más arcilla gruesa se necesita.
De regreso a sus casas, sobre una tabla de madera, con una porción de greda y la ayuda de algunas herramientas básicas –una cuchara sin mango, una paleta de madera o un trozo de cuero–, con sus manos modelan y modelan, comenzando por la base. Aplastan el fondo, deslizando el material hacia afuera. Y poco a poco van formando con sus dedos, hacia arriba, los bordes, que le darán la altura deseada a la pieza. Adhieren asas o mangos. Y con la misma cuchara sin mango van raspando el exterior y el interior, hasta eliminar toda rigurosidad. Luego, con una piedra alisan la pieza. Y cuando está seca, en un horno a leña, las disponen ordenadamente para que se cuezan de forma pareja.
Antiguamente también cocían las piezas “en pila”, disponiendo las piezas en el suelo y prendiendo fuego a su alrededor, pero esta tradición se ha discontinuado y las artesanas actualmente prefieren cocer en horno que permite alcanzar más temperatura y control sobre el resultado.
La tradición alfarera de la zona se ha especializado en la confección de fuentes para cocinar, manteniendo siempre los tonos rojizos característicos de esta localidad, destacando las ollas, azafates y pailas, algunos sencillos y otros bellamente decorados con figuras inspirados por la flora y fauna de sus alrededores campesinos. Las artesanas más jóvenes han desarrollado piezas más pequeñas, como cuencos y vasos para satisfacer las necesidades de la cocina más contemporánea.
Fuentes bibliográficas
Para la elaboración de este contenido fue consultado el libro Quebrada de las Ulloa: Alfarería tradicional de Florida, Región del Biobío, publicado en Chile en 2005 por la investigadora Margarita Zaldívar.
