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Cestería de Itata

En el valle del río Itata, en la Región del Ñuble, familias de colchanderas y chupalleros trenzan hasta hoy una historia en trigo de larga data que surge de la fusión de la cultura Mapuche y española, perpetuando la identidad mestiza del huaso chileno: trenzas hechas con paja de trigo, llamadas cuelchas, y las tradicionales chupallas.

Todo comenzó hace unos trescientos años, cuando se introdujo en la zona uno de los hitos económicos y alimenticios más importantes de aquel incipiente Chile: el trigo, un imprescindible de la dieta mediterránea de los españoles. Por su clima templado, la zona del Itata era el escenario perfecto para plantar cientos de trigales que luego, en la etapa final de la Colonia, llegaron a abastecer la demanda del Virreinato de Lima.

En Chile crecía buen trigo, había corrido la voz, y durante el período de la República se exportaron miles de fardos con destino a California y Australia. Con tanto trigo, esta materia prima no tardó en incorporarse a la cultura del sombrero. Primero, y más allá de mostrar un estatus social, los sombreros de trigo respondían a una necesidad: si la gente de la zona trabajaba en el campo, arando la tierra de sol a sol, bienvenidos eran los excedentes de este cereal para hacer chupallas finas y livianas. Las mismas que conocemos hoy.

Desde entonces, durante el mes de mayo, en los campos secanos se siembra un buen surtido de trigos locales que los artesanos utilizan para tejer estas piezas. Oregón, Colorado, Milquinientos, Carrera, Cebolla, se caracterizan por ser pajas altas y delgadas, que son tan flexibles y maleables que las colchanderas trenzan casi sin mirar. Para llegar a trenzar, eso sí, el proceso es largo.

El cereal se cosecha durante el verano y debe ser cortado cuidadosamente con una cuchilla en forma de media luna, llamada echona. Solo entonces se procede a limpiarlas. Para que queden perfectas, deben pasar por cinco etapas. Primero se les quitan las malezas con una horqueta. Después se les deja secando bajo el sol de verano, para que suelten las espigas. Luego se golpean en una superficie dura, para dejarlas limpias y continuas. El penúltimo paso es el “despitonado”, en el que los artesanos cortan los nudos superiores y la parte inferior de las cañas. Y, finalmente, se clasifica la fibra de acuerdo a su grosor o calibre, para un trenzado parejo y fino.

“Desde que estaba en la guata de mi mamá yo ya estaba viendo y escuchando todo lo que tiene que ver con la paja de trigo. Mi abuelo y mi papá eran chupalleros. Y mi abuela y mi mamá colchanderas. Así que desde los seis años que yo sé colchar y hacer el proceso de la chupalla. Uno tiene esos recuerdos vivos desde chica”. — Marcela Parra (27), colchandera del sector Quitripín, Ninhue, Región de Ñuble.

Si de colchanderas se trata, estamos hablamos de mujeres. Artesanas que viven desperdigadas en las localidades de Ninhue, Trehuaco, Quirihue, San Nicolás y Portezuelos, quienes realizan esta actividad año a año. Durante el verano recolectan y durante el invierno trenzan. Por eso es común encontrárselas siempre con un rollo bajo el brazo colchando. Mientras crían a los animales, colchan. Mientras cocinan y cuidan a sus hijos, colchan. Y mientras sociabilizan con sus vecinos, colchan también.

Su habilidad es tal, que pueden trenzar entre tres y dieciocho pajas de una sola tirada. Y sus principales clientes son los chupalleros, cada cual con su pedido especial: cuelchas de cuatro pajas para los sombreros y cuelchas de siete pajas para las sombreaderas, que deben medir entre 60 y 80 brazadas de largo: es decir, 60 y 80 veces el largo de sus brazos.

Así como las cuelchas son realizadas principalmente por mujeres, las chupallas son cosa de hombres, aunque no siempre fue así. De hecho, a principios del siglo XX se trataba de un oficio únicamente femenino. Pero en los años cincuenta, cuando se incorporaron como herramienta de trabajo las máquinas de coser Grossman en las fábricas de jeans y cueros, el panorama cambió. Detrás de los operarios de estas máquinas había entre ellos ingeniosos artesanos, que prontamente encontraron la forma de adaptarlas para usarlas en la fabricación de sus cuelchas. Así, en los años ochenta, los chupalleros de Ninhue se hicieron famosos por sus sombreros, hechos con finas trenzas de cuatro pajas, con una costura sin remate y sin cortes ni enmendaduras en su confección. 

Antes de coser es importante preparar la cuelcha. Se debe definir su color, si se blanquea o si se tiñe con tintes naturales, como quintral, colliguay, peumo o eucaliptus. Más tarde se procede a cortar los excesos de paja no trenzada y, con un rodillo metálico, se aplana para facilitar su costura. La costura comienza por el centro de la copa y de manera continua se llega hasta el último círculo del ala del sombrero. Para darle forma y rigidez, el sombrero se engoma y se plancha. El toque final: laca, para adherirle brillo y durabilidad.

A las tradicionales colchas y chupallas, los artesanos y artesanas del Valle de Itata han sabido añadirles lo suyo. Piezas nuevas que mantienen viva la tradición del tejido en trigo, como bolsos, canastos e individuales. Pero nunca se olvidan de sus orígenes. Una herencia milenaria que en 2018 le otorgo a las Chupallas de Ninhue el sello de Denominación de Origen. Un reconocimiento al trabajo y la tradición de su territorio, que les recuerda incansablemente que son los portadores de un conocimiento fundamental para la identidad cultural del país.

Retratos:
Jaime Barrera, artesano cestero de Ninhue.
María Brito y Marcela Parra, cesteras del Valle del Itata.

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  • 17 Amarillo
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  • 155 Blanco
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  • 1 Marrón
  • 22 Morado
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  • 28 Plata
  • 50 Rojo
  • 20 Rosado
  • 29 Verde
  • 1 Api
  • 1 Caramelo
  • 6 Celeste
  • 1 Lila
  • 1 Narajnajo
  • 1 Turquesa

Material de la pieza +

  • 111 Cerámica
  • 35 Fibra animal
  • 11 Lana
  • 114 Madera
  • 51 Plata
  • 39 Tela
  • 1 Alpaca
  • 1 Cacho buey
  • 11 Cuero
  • 116 Fibra de alpaca
  • 120 Fibra vegetal
  • 320 Lana de oveja
  • 3 Metales
  • 3 Piedra
  • 13 Yeso
  

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