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Cestería de San José de Mariquina

En la Región de Los Ríos, el territorio que ocupan las pequeñas localidades que componen el sector de San José de Mariquina es reconocido por la cestería en boqui pil-pil: una enredadera nativa, trepadora, que crece lentamente en la inmensidad de la selva valdiviana, que muchos reconocen pues con ella se tejen los famosos “árbol de la vida”.

Entre las maestras y maestros artesanos se dice que esta cestería tiene sus orígenes en el Lof Mapu (territorio) de Alepúe, un sector ubicado un poco más al norte de Mariquina, muy cerca de la costa, habitado desde hace dos siglos por el linaje Lienlaf y sus descendientes –entre ellos, los Ancacura–, portadores de la tradición que han mantenido y preservado, de generación en generación, tanto hombres como mujeres.

Allí, en Alepue, en bosques nativos cada vez más resecos producto del deterioro medioambiental, las artesanas no tienen que caminar muy lejos desde sus casas para recolectar el boqui pil-pil. Muchas de ellas viven en medio de lomas, cubiertas de bosque nativo donde abunda esta fibra vegetal, que repta por el suelo y trepa por los árboles. Para muchas este oficio heredado es su único ingreso, por eso la recolección la hacen a lo largo del año, en la medida que van recibiendo pedidos. Cruzan quebradas, caminan hasta perderse entre los árboles y ahí, en medio de raíces, tierra, hojas e insectos, sus ojos entrenados distinguen el boqui. Con las manos siguen los trazados cuidadosamente, para arrancar solo la parte de la enredadera que no se conecta con raíces madre, para que la recolección sea sustentable y tras el corte crezcan nuevas ramificaciones.

Todo se trata de tener paciencia, la que le enseñaron sus antepasados. Recolectar, limpiar y alistar la materia prima puede tomar fácilmente diez días antes de comenzar a tejer.

Después de la recolección comienza la limpieza de la raíz, un trabajo en el que buena parte lo hace la naturaleza: el agua. Cuando ya tienen varios rollos de boqui, los llevan hasta la vertiente que está a pasos de su casa y los dejan ahí, afirmados con piedras, para que la corriente desprenda lentamente la corteza de la enredadera.

Luego de unos cinco días, cuando retiran la fibra del agua, la raíz está limpia, casi blanca. Todo se trata de cultivar la paciencia que sus antepasados les enseñaron. Recolectar, limpiar y alistar la materia prima puede tomar fácilmente diez días para recién empezar a tejer.

Una vez blanqueada la fibra, los artesanos pisotean descalzos, en agua fría, los atados de la enredadera para que desprendan la mayor cantidad posible de corteza. Lo que siga pegado, lo eliminarán luego raspando la raíz con un cuchillo.

Si el tiempo está bueno y hay sol, tendrán que esperar solo un par de días para que el boqui pil pil esté seco y así, por fin, empezar a tejer: siempre con agua al lado, para ir humedeciendo la fibra y que esta sea flexible para dar forma a sus piezas.

Aunque antiguamente predominaban los objetos de carácter utilitario tradicional Mapuche, como el chaiwe (canasto contenedor), hoy predominan las piezas de carácter ornamental: canastos, cuelgas, árboles de la vida y los ya reconocidos canastos gallina, perfectas para guardar huevos de campo. 

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  • 16 Amarillo
  • 25 Azul
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  • 22 Morado
  • 150 Multicolor
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  • 66 Negro
  • 27 Plata
  • 43 Rojo
  • 18 Rosado
  • 28 Verde
  • 1 Api
  • 1 Caramelo
  • 5 Celeste
  • 1 Lila
  • 1 Narajnajo
  • 1 Turquesa

Material de la pieza +

  • 111 Cerámica
  • 35 Fibra animal
  • 11 Lana
  • 112 Madera
  • 49 Plata
  • 39 Tela
  • 1 Alpaca
  • 1 Cacho buey
  • 11 Cuero
  • 116 Fibra de alpaca
  • 119 Fibra vegetal
  • 319 Lana de oveja
  • 3 Metales
  • 3 Piedra
  • 13 Yeso
  

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