Despacho gratis en RM urbano por compras sobre $20.000

Menu
0 item Basket: $0
No hay productos en el carrito.

Cestería de Chiloé

Aunque también se da entre en Colchagua y Aysén, donde es cada vez más escasa, en los bosques nativos de Chiloé aún crece una enredadera leñosa, de tallos delgados y flexibles, llamada quilineja, o antiguamente paupauhuén, con la que artesanas y artesanos cesteros del archipiélago han fabricado piezas que constituyen un patrimonio cultural del lugar desde el siglo XVII.  

Para hacer los cabos de las embarcaciones, se
sabe entre sus cultores, no había como las sogas de quilineja (luzuriaga radicans), fibra que poseía una particular resistencia que
los chilotes no tardaron en emplear en su vida cotidiana, como en los canastos chicheros que servían para filtrar la chicha dulce de manzana, o en la escoba quilineja: uno de los símbolos patrimoniales de la isla.

Aunque su semilla es fácil de reproducir, para que los artesanos lleguen a extraer la quilineja deben pasar entre veinte y cuarenta años. Solo entonces, después de abrirse paso por el suelo y treparse a lo largo de los árboles, cuando por la enredadora brotan raíces aéreas que vuelven al suelo, esta fibra vegetal adquiere la resistencia y el grosor que los artesanos cesteros requieren.

La época de recolección es variable y extraer la fibra no es llegar y arrancar. Aunque el verano, por sus condiciones, es un período ideal, es en invierno cuando la vegetación está más suelta y fácil de extraer.

Antes de adentrarse en el bosque y recorrer largos tramos a pie hasta dar con la enredadera, y como cada vez que obtienen algo de la naturaleza, los artesanos piden permiso a la madre tierra. A su modo, cada uno consulta con los espíritus y solo con la venia de estos continúan el camino por senderos tupidos hasta encontrar lumas, ulmos, tepas o canelos, en cuyos troncos crece la quilineja.

“Aprendí a trabajar la quilineja cuando tenía siete años mirando a mis abuelos. Cuando era una niña lo hacía para entretenerme, pero como vivíamos al lado de una colonia alemana, poco a poco nos fueron despojando de nuestras tradiciones, cultura y lengua. Por eso cuando trabajo la quilineja hoy, siento que estoy reivindicando a mis antepasados huilliches”. —Lucy Güineo (44), artesana cestera de Chiloé. 

Para su recolección, la quilineja se tira desde el nacimiento del tronco del árbol, despegándola de él en forma circular ascendente; siguiendo el recorrido de la enredadera. Luego se limpia, sacándole la vegetación adherida por medio de golpes con una vara especialmente preparada para este fin, terminando el proceso de limpieza con las manos. Ya lista, la quilineja recolectada se deja en el suelo clasificada: la fina con la fina, para hacer piezas más pequeñas como maceteros redonditos con forma de copa. Más allá, las fibras gruesas, para hacer canastos, escobillones y escobas. Con un hacha las despuntan y solo entonces se enrolla formando una rueda. Entonces se amarran.

De vuelta en sus casas la quilineja se deja sacar, mientras los maestros artesanos reúnen todo el material que necesitan para comenzar con su labor: el palo de la escoba, que suele ser de pello-pello, un arbusto que abunda en Chiloé, y algo para atar, como un alambre, un tarugo de madera o clavo, o una trenza hecha con la misma quilineja. En un día bueno los artesanos pueden llegar a hacer entre noventa y cien escobas: perfectas para barrer por meses pisos de tierra y patios; además de las pelusas que se impregnan en sus alfombras hechas en telar.

De esos bosques plagados de quilineja, que sus cultores alcanzaron a conocer siendo niños, poco queda. Esos eran “ataos grandes”, tres veces lo que se encuentra ahora, dicen sus cultores; además de ser una fibra más limpia y delgada. Si antes los artesanos la encontraban en el patio de su casa, ahora deben recorrer decenas de kilómetros a caballo y a pie para encontrar la quilineja que ha sobrevivido de ser arrasada, cortada o quemada. Con lo poco que encuentran, hoy son alrededor de cuarenta los artesanos y artesanas que mantienen viva esta tradición cestera, y quienes continúan haciendo las mismas piezas antiguas y otras más contemporáneas, como pantallas de lámparas, bandejas, teteras, juegos de té y cuelgas tejidas. 

En 2016 la familia Marilican Lindsay recibió el reconocimiento colectivo como Tesoro Humano Vivo por su esencial aporte en mantener activo el oficio de la cestería en quilineja. Uno de sus mayores custodios, cultor y transmisor fue don Clodomiro Marilican, quien murió en 2018. Puedes revisar algunas de sus piezas en nuestra Colección Patrimonial.

Retrato:
1. René Valderas, escobero de Isla Caucahué. Fotografiado por David Núñez. 2.Clodomiro Marilicán. Reconocido en 2016 como Tesoro Humano Vivo. Falleció en 2017. Fotografiado por Elizabeth Mockridge.

No hay productos en el carrito.

Tipo de producto +

Color de la pieza +

  • 16 Amarillo
  • 25 Azul
  • 23 Beige
  • 153 Blanco
  • 289 Café
  • 101 Gris
  • 1 Marrón
  • 22 Morado
  • 150 Multicolor
  • 9 Naranjo
  • 66 Negro
  • 27 Plata
  • 43 Rojo
  • 18 Rosado
  • 28 Verde
  • 1 Api
  • 1 Caramelo
  • 5 Celeste
  • 1 Lila
  • 1 Narajnajo
  • 1 Turquesa

Material de la pieza +

  • 111 Cerámica
  • 35 Fibra animal
  • 11 Lana
  • 112 Madera
  • 49 Plata
  • 39 Tela
  • 1 Alpaca
  • 1 Cacho buey
  • 11 Cuero
  • 116 Fibra de alpaca
  • 119 Fibra vegetal
  • 319 Lana de oveja
  • 3 Metales
  • 3 Piedra
  • 13 Yeso
  

Inicio
Shop
0 Carrito