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Revista Digital

VIVE LA ARTESANÍA

María Inés Solimano: “Para construir un país, tienes que permitir hacer”

Una boutique llamada Point revolucionó la moda santiaguina en los setenta con innovadores vestidos de novia tejidos a mano. Su fundadora, María Inés Solimano, cuenta la historia de su colectivo de tejedoras y bordadoras, que se mantiene unido 47 años después.

Entrevista: Loreto Tagle Undurraga.
Texto: Almendra Arcaya Luco.
Fotografía: Lydia González Hernández.
Realizador: Hisashi Tanida Becerra.

Para enumerar la vasta experiencia de María Inés Solimano (93) en el mundo de las artes, el diseño textil y la artesanía hay que tomar una buena bocanada de aire. Hija de madre chilena y padre italiano, creció en un hogar donde artistas e intelectuales como Pablo Neruda o José Donoso, eran visitas regulares. Estudió Pedagogía en la Universidad de Chile, pero no perduró en su trabajo como profesora escolar. “No consideré que soy muy hiperactiva, y para ser profesora hay que estar mucho rato parada en el mismo lugar. Yo quería hacer algo que le diera trabajo al cuerpo”, recuerda hoy sentada en el patio interior de su casa en el barrio Bellavista. De pasillos largos, techos altos y marcos de ventana azul, la mitad de las habitaciones están destinadas a resguardar chales, ponchos y vestidos de novia hechos con diversas materias primas, desde lana chilota hasta seda europea y lino. Digna de museo.

Quien le enseño a tejer fue su abuela materna. Uno de sus primeros encargos como diseñadora autodidacta fue dibujar y tejer ropa para una obra de títeres que estaría a cargo de un íntimo amigo de su hermano: Alejandro Jodorowsky. 

El primer trabajo al que se entregó con el cuerpo fue a la Galería Plástica Nacional. Un centro de arte y artesanía impulsado por el mueblista austríaco Mark Buchs. “Trabajé con 110 artesanas y artesanos excelentes, conocí a todos los artistas chilenos, y lo que hice fue unir la artesanía popular, campesina, con la artesanía urbana de la gente de la universidad”, cuenta María Inés, y luego enfatiza: “porque antes las universidades enseñaban artesanía”.

En eso estuvo hasta fines de los años sesenta, cuando el pintor Nemesio Antúnez, amigo suyo, la convocó a participar en la remodelación del Museo de Bellas Artes. “Fue una cosa preciosísima. A medida que íbamos remodelando el museo, se realizaba una obra, un baile, una performance”. 

Con ese impulso, un par de años después aceptó dirigir una galería de arte que estaba por abrir en Providencia con Pedro de Valdivia. “Estaba lista para hacerme cargo de la dirección, pero justo vino el golpe”. En la misma casa de dos pisos y con jardín delantero donde no llegó a instalarse la galería, María Inés montó su primer local: Point, una de las boutique que revolucionó la moda en el Santiago de los setenta. ¿El motivo de su magnetismo? Delicados textiles que eran tejidos, bordados, zurcidos o pintados totalmente a mano por artesanas que vivían desperdigadas en la capital. “Mujeres de la urbe que tenían una capacidad increíble, autoras de verdaderas obras de arte, pero que nadie notaba”, dice.

¿Qué fue lo que te llevó a conectar más íntimamente con mujeres artesanas?
Lo primero que pasó, durante un veraneo en Tongoy, fue que me empecé a aburrir. Entonces le pedí plata prestada a mi marido -el fallecido periodista Luis Hernández Parker, Premio Nacional de Periodismo 1954-, y me fui a Coquimbo. Compré 50 kilos de lana de distintos colores y me puse a buscar gente que quisiera tejer. Yo hacía el diseño, ellas tejían. Me devolví a Santiago con treinta piezas y las vendí en una semana. Con las mismas tejedoras expertas que fui conociendo desde esa época trabajo hasta hoy, 47 años que de repente se me vienen como oleadas.

¿Cómo se fue configurando esa relación entre diseñadora y artesana?
Se fue dando una especie de programa de docencia donde yo les enseñaba cómo comprar, qué modelos hacer y dónde vender, y ellas me enseñaban a deshilachar, teñir, bordar y tejer puntos que yo nunca había visto.

¿A qué le atribuyes el magnetismo que provocaron los textiles de Point durante los años setenta?
Antes del golpe había un jipismo bastante fuerte en Santiago. Las mujeres se vestían con faldas largas pintadas a mano, y de repente las señoras empezaron a usar faldas rectas y chaquetas muy militares. Entonces dejamos a un lado todo lo que era pintado a mano y nos dedicamos a los tejidos y bordados, especialmente vestidos de novia que eran tejidos a palillo con hilo de seda. Yo me casé, pero antes estuve viviendo once años con mi marido sin casarnos, así que la pregunta era: si yo me casara, ¿qué me pondría? El primer vestido de novia que diseñé fue tejido por artesanas con lanilla chilota y bordado con seda. Un contraste entre lo burdo, hilado a mano, y la seda, que tiene brillo, que tiene una significancia con la belleza lujosa. Llegamos a hacer más de 35 modelos diferentes con los que se casaron todas las hijas de los Democracia Cristiana, antes de que fueran la nueva aristocracia chilena.

¿Reinventaron la moda de la época?
Yo no hago moda, porque la ropa que hacemos con las tejedoras está hecha para durar y la moda es pasajera. Hacemos ropa que se conserva, que no se bota, que se guarda para los nietos. Nuestra intención siempre fue que la ropa fuera un culto, como lo son los espejos, las lámparas, los objetos de plata. Tuve la suerte de empezar a trabajar cuando ya existían varias revistas chilenas hechas por y para mujeres que permitieron mostrar que Chile tenía artistas. Que en vez de llenar las páginas de reyes y astros, mostraban la vida de mujeres que se dedicaban al arte y la artesanía, como la revista Paula. Por lo menos un par de portadas tuvimos ahí.  

¿Qué te suscita el concepto de co-creación?
Yo nací en ese concepto. El Chile de antes no tiene nada que ver con el Chile de hoy. El de antes era un Chile pobre, pero por lo mismo muy solidario. Un Chile donde Pedro Aguirre Cerda dijo “gobernar es educar” y creó cientos de escuelas públicas que no se caían a medio invierno. Pasaron tres gobiernos radicales. Llegó una Democracia Cristiana que sostenía que lo que es chileno, es bueno. Había esa sensación de que en Chile uno podía hacer cualquier cosa y se vendía, porque no existía el capitalismo extractivo y nada se importaba si no era estrictamente necesario. Ese Chile fue el que nos abrió el camino. Para construir un país tú tienes que permitir hacer. Si no, no resulta no más.

¿Cómo se sostiene la artesanía en un Chile que ya no se rige por esa lógica?
Recién ahora la artesanía está volviendo a ser lo que era. O al menos hay un espíritu de que a una persona que trabaja un mes haciendo un poncho (que implica tejer a palillo cinco horas diarias), no puedes pagarle una porquería. Pese a los altos y bajos de la economía, el Estado chileno se ha portado bien. Abrir un espacio cultural debajo de La Moneda no pasa en todas partes del mundo. Ya no va más eso de que “esto me lo hizo una mujercita que teje”. Una mujercita, no mujer. “¿No será muy artesa?”, me preguntaron una vez. He echado a gente de la casa por esos comentarios. Esa es una cosa fascista chilena. Hay países como Brasil o México donde se vive de la artesanía. Cuando un país con plata se dedica a comprar cosas baratas, termina por no saber nada.

¿Cuál fue tu fórmula para que este trabajo colaborativo nunca se detuviera?
Lo primero es que aprendí a ahorrar. Cuando empezó a entrar plata permanentemente y cuando quedé viuda, toda esa plata yo la ahorré y la separé. Desde entonces siempre dejo plata aparte para los cuidados de mi hija, que tiene una discapacidad mental, y para pagarle a las tejedoras su trabajo. Ellas y yo rezamos todos los días para que yo no me muera. Lo segundo es tener valentía, como Lily Hats, que puso una tienda de sombreros en los ochenta cuando nadie los usaba.

¿Cómo te gustaría que siguieran cuando tú no estes?
Me preocupa que se queden solas. Me gustaría que hubiera un Estado que las proteja. Hasta que eso no pase, yo voy a seguir inventando y creando con ellas porque en el tejido, en las tejedoras, yo encontré una parte de mi ser.

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  • 16 Amarillo
  • 25 Azul
  • 23 Beige
  • 153 Blanco
  • 289 Café
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  • 1 Marrón
  • 22 Morado
  • 150 Multicolor
  • 9 Naranjo
  • 66 Negro
  • 27 Plata
  • 43 Rojo
  • 18 Rosado
  • 28 Verde
  • 1 Api
  • 1 Caramelo
  • 5 Celeste
  • 1 Lila
  • 1 Narajnajo
  • 1 Turquesa

Material de la pieza +

  • 111 Cerámica
  • 35 Fibra animal
  • 11 Lana
  • 112 Madera
  • 49 Plata
  • 39 Tela
  • 1 Alpaca
  • 1 Cacho buey
  • 11 Cuero
  • 116 Fibra de alpaca
  • 119 Fibra vegetal
  • 319 Lana de oveja
  • 3 Metales
  • 3 Piedra
  • 13 Yeso
  

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