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Entrevista: Antonia Cordero Rodríguez.
Fotografía y realizador: Hisashi Tanida Becerra.
“Dios me regaló el oficio más lindo del mundo”, dice Waldo Cabrera Araya (59) mientras trabaja la estructura de uno de sus retablos más vendidos: el “caballito de batalla” de las fachadas de 15 cm de ancho por 20 cm de alto.
Cuando empezó en el oficio de los retablos, estuvo ocho meses trabajando en una sola fachada. “Corría el año 88, yo tenía 24 años y conseguí un trabajo en un taller de artesanía en retablos. Ahí hacían sólo la fachada de la Capilla de Cristo San Juan de Puerto Rico, que se exportaba a ese país”, relata. Cansado de imitar una y otra vez el mismo referente, cuando empezó a armar sus propios retablos buscó inspiración en una amplia diversidad de lugares.
Este es el camino que ha recorrido uno de los artesanos que mantiene vivo el oficio de los retablos en Chile.
¿Cómo empezó tu recorrido en este oficio?
Mi primer modelo fue una casa de estilo colonial. Trabajaba en las tardes en un taller chiquitito que me armé en mi casa. En esos años, unos vecinos vieron mi trabajo y con puras monedas me compraron mi primer retablo. Lo hicieron para darme aliento y seguir adelante con esto. Y seguí.
Después de eso te lanzaste…
Me lancé nomás. Después de que vendí ese primer retablo vi una oportunidad y empecé a hacer más. En una semana hice como cuatro o cinco retablos grandes. Los fui a vender al Paseo Ahumada por $2.500 o $3.000 pesos. Y un día, arrancando de Carabineros, llegué al Barrio Bellavista. Era viernes por la noche y vi otro mundo, una cultura distinta. Se me ocurrió armar una mesa con la caja en la que andaba trayendo los retablos y los puse ahí encima para ver cómo me iba. Los vendí todos. “Aquí está mi futuro”, pensé.
Y desde ahí, siempre con un retablo en mente.
Sí. Cuando pasaba por una calle, iba mirando todas las fachadas. No era que yo viera una fachada, le sacara una foto y después la copiara. Fui creando un catálogo mental. Trato de que se parezcan a algún referente, pero uso ideas propias. He hecho retablos con características del norte de Chile, de la zona central, palafitos, Valparaíso. La gente reconoce al tiro de qué zona son, aunque no existan en la realidad. Yo no trabajo a escala, ni con pie de metro, ni con mucha huincha. A estas alturas, después de 30 años de oficio, todo sale natural.
Tienes una regla natural entonces, en tu mano o en tu cabeza.
Claro, justamente.
Además, trabajas con tu señora y tu cuñada. ¿Cómo se reparten las tareas en el taller?
Mi taller es familiar. Ellas son parte de todo. Trabajan a la par conmigo. Mi cuñada hace la estructura de los retablos chicos y mi señora hace en arcilla las piezas que le dan vida a los retablos que imitan negocios: las frutas, la mercadería, esas cosas.
Después de todo este tiempo, ¿eres un enamorado de tu oficio?
Totalmente. Yo soy libre gracias a esto. La gente compra y yo vivo de mis creaciones. Es muy lindo cuando instalas tu puesto en alguna feria y la gente valora tu trabajo. Es impagable. Además, como llevo tantos años en esto, he visto que mucho colegas ya no están: algunos se fueron, otros cambiaron de oficio. Yo no, yo sigo en lo mío y diciendo: este oficio está vivo.
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