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Entrevista: Caroline Landaeta Figueroa
Fotografía: Ly González Hernández
Oro Verde, Iorana, La Fiera, Pampa Ilusión, El Circo de Las Montini, y más recientemente La Ley de Baltazar. Francisca Imboden ha interpretado a queridos personajes desde la época dorada de las teleseries chilenas. Su interpretación como María Salomé, una joven gitana en Romané (2000), le valió el Premio Altazor en 2001 como mejor actriz de televisión.
Nos juntamos en el Pueblito de Los Domínicos, en la comuna de Las Condes, para visitar una de las tiendas Fundación Artesanías de Chile. Antes de llegar, la actriz comenta que es “fanática” de las artesanías tradicionales y que siempre ha visitado este centro turístico artesanal: “Uff, yo siempre venía con mis papás cuando era niña, y luego, ya siendo mamá, con mis hijos para pasar la tarde”.
Francisca conoce a la fundación desde sus inicios: “No es sólo una tienda. Es una invitación preciosa a 2.500 artesanas y artesanos de todo Chile, muchos de pueblos originarios, la mayoría mujeres autogestionadas, relacionada a las leyes del Comercio Justo. Es bonito sentir que una está aportando a algo sustentable”, comenta.
¿Por qué te gusta comprar piezas hechas a mano?
Creo que son únicas, con una identidad especial, y al mismo tiempo hablan de lo que somos. También tiene que ver con los materiales nobles, con la duración, con la ecología, y con nuestra tradición. No hay nada más lindo que andar vistiendo una tela que se crea con lanas chilenas o unos aros preciosos hechos por gente de acá. Habla de toda la historia que tenemos. Es como un no-olvido, que además es útil y un orgullo.
Conoce las piezas de la colección Artesanía bajo el sol / colores vibrantes, historias fascinantes que Francisca utilizó durante la entrevista, aquí.
¿Hay alguna pieza de artesanía tradicional que recuerdes de tu infancia con especial cariño?
Mi casa en Viña del Mar, donde viven aún mis papás, es un poco como una feria de artesanía (ríe). Hay muchos recuerdos de mi infancia que tienen que ver con estas piezas: había trutrukas, kultrunes, trapelakucha, algunas piezas heredadas de familia. Jugábamos con ellas y eran parte de la vida cotidiana. Con la trutruca a mi papá le daba el ataque y los fines de semana de repente nos despertaba a “trutrukazos” (ríe).
Otro recuerdo que tengo muy bonito de mi infancia era el trompe, que da un sonido super chiquitito que hace como “tin-tin”, que habla como de un cobijo, y mi papá lo tocaba tan bonito. Cuando empezaba a tocarlo se armaba un silencio que emocionaba. Me llevaste a un recuerdo muy lindo.
En tus redes sociales exhibes orgullosamente tus tejidos y patrones. ¿De dónde nace esta pasión por tejer?
Es una mezcla entre mi abuela, mi mamá y el colegio. Antes enseñaban educación técnico-manual y era lo máximo. Hombres y mujeres hacíamos lo mismo, todos tejíamos. Es bueno para la motricidad y para el silencio interior. Además, crecí en los 80’s donde hacerse la ropa, coser, confeccionar y tejer eran parte de la normalidad.
En mi casa todo el mundo me decía “no necesitamos más” (entre risas), estaba todo el mundo “enmantado”. Entonces armé mi pequeña pyme: hago algunas cositas y las vendo, algunas compañeras me piden personalizados también. Me sirve como una especie de terapia, de meditación activa. En las grabaciones y filmaciones siempre decimos que una parte es trabajar, pero la mayor parte es esperar.
¿Qué crees que transmite el tejido hecho a mano?
Es un acto de amor. El tejido es un material que toca tus dedos, se agradece esa suavidad de la lana o del algodón, el detallito del color. A mí me gusta trabajar con lanas teñidas naturales, ojalá con raíces, que tengan un olorcito especial. Cada trabajo que haces con ese material que ya amabas de antes, se vuelve un regalo muy grande. Por eso encuentro que es tan importante la artesanía: no es solamente un objeto decorativo, sino que es un pedazo de alma de quien lo crea, de la naturaleza y del entorno cultural que le toca vivir. Es un regalo, un recuerdo, es como un espíritu.
Te ha tocado trabajar en distintos territorios gracias a tu trabajo. ¿Tienes algún recuerdo con piezas artesanales propias de esos lugares?
Me ha tocado estar en lugares que son bien emblemáticos para Chile como Rapa Nui, Chiloé y Pucón, y que tienen artesanías propias muy notorias. En Chiloé, cuando era la Blanquita Chamorro en “La Fiera”, después de cada grabación yo volvía con chamantos, canastos para poner las plantas (porque se ven maravillosas), bolsos, lanas, gorros, chombas, de todo.
Para la cama de mi casa, en los inviernos, ocupo chamantos chilotes blancos, súper simples, que son una maravilla y dan un calor exquisito. Te pones una chomba y es como andar con una estufa encima. Es tan obvio lo útil, lindo y observador de la naturaleza que tiene la artesanía que me encanta.
