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Por: Almendra Arcaya L. y Antonia Cordero R.
Fotografía: Lydia González Hernández.
Realización: Hisashi Tanida Becerra.
La primera aproximación de Gabriela Fontana (42) al reino fungi -el mundo de los hongos- fue en su infancia, cuando con la cabeza gacha, buscando un refugio invisible para esconder su timidez, se dejaba absorber por horas por los insectos, plantas y musgos que habitaban bajo sus pies.
Entre todas esas texturas y escondidos entre chanchitos de tierra y lombrices como ella, cuenta, fue cómo se encontró con los hongos. Una afición de niña que cobró sentido varias décadas después, cuando logró combinarlos con dos pasiones: esa exploración intuitiva con los metales que comenzó cuando tenía 15 años y sus estudios en Pedagogía en la Universidad de Santiago de Chile que la llevaron a crear y enseñar a otros los ciclos vitales de universo fungi, trasladando esos conocimientos al lenguaje de la orfebrería: pequeñas esculturas hechas en cobre y piezas de joyería en plata que desarrolla en su propio taller en la comuna de Recoleta, que resignifican y materializan el entorno que explora junto a un equipo multidisciplinario bajo el proyecto Orfebrería Fungi.
¿Cómo llega la Gabriela de 15 años a explorar los metales, a aproximarse a la artesanía?
La artesanía viene directamente por las artes populares, un concepto que residía en mi desde que era niña por mi familia, que estaba conformada en buena parte por cuequeros bravos. Nací en medio de la cueca, del guitarreo, del zapateo que se armaba en mi casa; de los festivales y las ferias de artesanía donde mis papás iban a cantar y tocar.
Entre todos los oficios que pudiste haber visto ahí, ¿qué dirías que fue lo que te hizo inclinarte por la orfebrería?
Siempre fui bien inquieta intelectualmente. Pasé por la pintura, el teatro, el tallado en madera, hasta que descubrí los metales y me gustó. No tenía ningún conocido vinculado a la orfebrería, así que fue una exploración más bien autodidacta. Un mundo que se me fue abriendo en la medida que lo fui estudiando, primero a los 21 años en la Escuela de Artes Aplicadas Oficios del Fuego, que por entonces estaba en su primera versión. Llevaba quince años profesionalizando el oficio de la orfebrería cuando comprendí sobre la marcha que tenía habilidades blandas para transmitir el oficio. Pero para eso, entendí también, necesitaba desarrollar un marco teórico que me permitieran hacerlo de una manera integral. Ahí decidí estudiar educación. Para respaldarme como profesora, cuando me titulé ejercí la pedagogía en las artes visuales en la enseñanza media, en un colegio artístico.
Integrar el mundo fungi en mis piezas tuvo que ver con la necesidad de conectar la artesanía con el patrimonio natural que, en el fondo, siento hoy, es una respuesta a la nomenclatura de mi vida.
Tenías cubierto el oficio y también la pedagogía, ¿en qué momento integras o vuelves a conversar con el mundo fungi?
Esa remembranza tiene que ver con la necesidad de conectar la artesanía con el patrimonio natural que, en el fondo, es un reflejo de esa fusión propia de mi vida: el arte con el arte popular, la ciencia con la investigación en terreno, la educación con la pedagogía y los saberes ancestrales en conexión con mi oficio. Eso me fue llevando nuevamente, muy orgánicamente, al maravilloso mundo de los hongos. Hoy siento que fue una respuesta a la nomenclatura de mi vida. Incluso me han dicho que me parezco a una especie de hongo, la Amanita Muscaria, que es rojo y con puntitos blancos como yo; pelirroja y pecosa.
¿Cómo se traslada, desde el proceso creativo, aspectos propios de las ciencias a un universo artístico?
En mis piezas yo hago reinterpretaciones artísticas, pero para eso uso toda mi parte científica. Tengo un equipo que me asesora en ese aspecto: una diseñadora gráfica, una curadora, un asesor científico, un visualista que hace el registro. A pesar de que estamos en una región urbana, igual hay espacios patrimoniales que tienen que ver con la naturaleza. Cuando vamos al bosque hacemos muestras y catalogación. A partir de esa investigación, que es ciencia pura, yo le doy vida a mis piezas; joyería en plata y esculturas en pequeño formato en cobre. Bajo esa misma lógica es cómo comparto esos conocimientos a niños y adolescentes en establecimientos educacionales. La belleza, en fin, de lo cotidiano.
¿Dirías que la artesanía es, en parte, una representación de la belleza de lo cotidiano?
Definitivamente. Tener una escultura en casa, donde uno pasa tanto tiempo, o portar una pieza de joyería, genera inevitablemente un vínculo. Al habitar ese espacio hay una relación constante, cotidiana y, en el caso de una joya, muy directa con la persona porque una joya te acompaña, va contigo. Para contemplar su belleza uno no necesita alcanzar planos superiores. En la artesanía la belleza es simple; honesta.
*Encuentra parte de las piezas de Gabriela Fontana en las tiendas físicas de Artesanías de Chile.
