En la cultura mapuche el trabajo con metales se desarrollaba con fuerza previo a la llegada de los españoles, cuando se trabajaba el cobre con técnicas simples como el laminado y el corte. Sin embargo, el mayor despliegue de la práctica de los rütrafe (quien trabaja la plata, tradicionalmente hombres) fue a mediados del siglo XVIII, a través del comercio con otros pueblos indígenas y con los españoles que, por consecuencia, significó una mayor circulación de las monedas de plata; la materia prima fundamental de plateros y plateras, con la que crean piezas principalmente de uso femenino que hablan de la filosofía y la cosmovisión de su pueblo.

Estos aros fueron hechos con plata 950, que sus cultores consiguen a partir de plata granalla o plata en grano. Primero la funden de forma artesanal, exponiéndola a altas temperaturas hasta conseguir una lámina. A partir de ese laminado (igual como hacían sus antepasados con el cobre), cortan y calan cada parte de esta pieza, que representa un wuñelfe (el lucero del alba o el portador del amanecer en mapudungun); los primeros rayos de sol, resultado del reflejo de la luz sobre el planeta Venus y su cobertura blanca, que para el pueblo Mapuche simboliza el momento donde se reciben las mejores energías.

El nombre y la simbología de esta pieza corresponde al que fue otorgado por su autora o autor; es decir, se trata de una denominación que puede variar según su cultor y/o territorio.