
¡Conoce nuestro programa de formación!
Proartesano es un programa de formación y acompañamiento para artesanas y artesanos que nace en 2013, que busca fortalecer las competencias de las y los cultores en sus propios territorios, proporcionándoles herramientas para potenciar la autogestión de sus oficios.
En sus 10 años de vida, que conmemoramos este 2024, Proartesano ha impactado a 1.622 cultoras y cultores de 110 localidades diferentes en todo Chile.

Cada programa es diseñado de manera colaborativa con cada grupo de cultoras/es, considerando sus particularidades y necesidades. Nuestra metodología apuesta por un aprendizaje de mejora continua y se adapta a cada realidad. Por eso, nuestro programa tiene una duración de hasta 4 años, en los que trabajamos bajo cuatro ejes transversales, combinando teoría y práctica para un aprendizaje integral.
1. Productividad y diseño.
2. Redes y trabajo colaborativo.
3. Circuitos culturales.
4. Comercialización

Nivel 1:
Perfecciona tu oficio
Las artesanas y artesanos elaboran piezas que cumplen con los criterios de calidad que exigen los canales de venta formales, en base a dos principios: el trabajo colectivo y un precio justo.

Nivel 2:
Revitaliza tu propuesta
Las y los artesanos desarrollan una
colección de piezas que sea competitiva en el mercado, desarrollando un modelo de negocios basado en el trabajo asociativo y creando una identidad gráfica y un plan de difusión de sus oficios.

Nivel 3:
Diversifica tu oferta
Las y los artesanos desarrollan
una estrategia comercial
y un plan de marketing, que les permite acceder a nuevos mercados y buscar nuevos clientes, recibiendo el apoyo de la fundación en su difusión y promoción.

Nivel 4:
Implementa tu visión
Las y los artesanos implementan
de manera autónoma su
estrategia comercial y plan
de marketing, afianzando
las relaciones comerciales
ya creadas y generando un
impacto sostenible en sus
ventas.
De las 1.622 artesanas y artesanos que han participado de Proartesano al año 2024, 907 lo hicieron bajo la modalidad de formación de 4 años y 715 bajo la modalidad de formación de 1 año. Un 75% son mujeres; maestras artesanas líderes en sus oficios.

*Estos testimonios son parte del libro Proartesano 2021. Semillas de Cambio, editado por Fundación Artesanías de Chile y publicado en exclusiva para Paula.cl.
CONOCE NUESTRA RED
La Red de Artesanas y Artesanos de Fundación Artesanías de Chile está conformada por más de 2.400 artesanas y artesanos de todo Chile, desde el norte grande hasta el sur austral. Un 83% son mujeres, un 93% vive fuera de la Región Metropolitana y un 62% habita territorios rurales, alejados de vínculos comerciales y oportunidades de inserción económica. De todas y todos ellos, un 46% pertenece a un pueblo originario.
Personas naturales de nacionalidad chilena y mayores de 18 años o agrupaciones artesanas dedicadas a oficios tradicionales como la textilería, alfarería y cerámica, orfebrería y metales, cestería y trabajos en madera, piedra, cuero, cuerno, conchas, entre otros.
La postulación se puede realizar de dos formas: a través de una agrupación o de manera individual. Todas las convocatorias (que actualmente se encuentran cerradas) son anunciadas en nuestro sitio web. Aquí, te explicamos paso a paso las dos formas en las que se puede postular a una próxima convocatoria. ¿Tienes dudas? Escríbenos a [email protected].
MEMORIAS ARTESANAS
TERESA Y MARISOL OLMEDO: CERAMISTAS DE TALAGANTE
“Nuestra abuela se llevó el secreto a la tumba”, dicen las hermanas Teresa y Marisol Olmedo, artesanas herederas de una tradición que data de tiempos de la Colonia, cuando las Monjas Clarisas llegaron desde España a Talagante (localidad ubicada en la Región Metropolitana) y comenzaron a enseñar el arte de hacer miniaturas de loza policromada. Fue su abuela la última artesana que supo cuál era el “ingrediente secreto” que incorporaban a esta loza para que no solo fuera colorida, sino también perfumada. De hecho, dicen que Bernardo O´Higgins, quien alguna vez compró una de estas figuras de greda coloreada, solía comentar su singular aroma a rosas. Hoy, mucho tiempo después, las hermanas Olmedo día a día siguen modelando la greda para crear características figuras de la zona, como los cuasimodos, las temporeras y árboles frutales. Son conocidas como “las loceras de Talagante” y, junto a su prima, son las herederas de una familia que mantienen viva la tradición alfarera en su quinta generación.


LUZMIRA MAMANI: TEXTILERÍA AYMARA
Nació en Cariquima, una localidad ubicada en el altiplano chileno, en la comuna de Colchane, casi frontera con Bolivia. Pero desde hace muchos años Luzmira Mamani vive más al norte, en Arica, muy cerca de la frontera de Chile con Perú. Hábil con las manos, siendo niña aprendió a hilar el vellón de alpaca y a convertirlo en hilo por medio de una puska, huso en aymara. Observando a su madre aprendió a tejer en telar precolombino, de cintura y de estacas, que hoy pocas artesanas saben usar. En cambio, el tejido a telar de dos y cuatro pedales -donde teje chales, entre otras piezas- lo aprendió observando a su padre, ya que antiguamente eran los hombres quienes maniobraban estos telares -introducidos por los españoles- para fabricar telas y, con ellas, confeccionar trajes.
Con su saber hacer Luzmira ha recorrido el mundo. De hecho, como artesana aymara ha viajado por distintos rincones, entre ellos a ferias en destinos tan lejanos como Israel en 2018.
JUAN BETANCOURT: TALLADOR EN CACHO DE BUEY
Juan Betancourt viene de una familia donde se trabaja el cacho de buey. Su papá vivía en el campo donde, para vivir, vendían cabezas de animales, entre ellas, de bueyes. Pero nadie quería los cachos. Su padre, entonces, empezó a acumularlos en el patio de su casa hasta que un buen día su mujer le dijo “o haces algo con ellos o los sacas de acá”. Entonces al padre de Juan se le ocurrió empezar a trabajar los cachos para convertirlos en recipientes para tomar vino. Vino en cacho, como se acostumbra en el campo. Juan Betancourt vio esa historia desde niño y, a medida que crecía, empezó a trabajar siguiendo los pasos de su padre. Pero al trabajo de artesano le dio su propio sello. Desarrolló técnicas para aplanar los cachos de buey y en eso dio vida a piezas nuevas, como peinetas (similares a las que utilizan en España), además de cucharas y también utensilios como saleros y pimenteros, de terminaciones delicadas y finas.


ROSA HUAIQUIÑIR Y EL ARTE DE LA CESTERÍA EN ÑOCHA
Cada vez que Rosa quiere tejer alguna de sus piezas de cestería, revisa el calenario para ver cuándo hay luna menguante. Es uno de los tantos secretos para trabajar la fibra de ñocha porque, dicen las artesanas de la zona, si se cosecha en otro momento, al tejer la soga esta se corta. En esa fecha Rosa se programa para cosechar las hojas desde el invernadero que tiene en su casa en Huentelolén, en la comuna de Cañete. Así como ella también lo hacen también sus compañeras de la agrupación Ñocha Malen, quienes juntas mantienen vivo el oficio de la cestería tejida con esta fibra vegetal que abunda en la zona. Con ellas crearon Tañi Mapu -“De mi tierra” en mapudungun-, colección de lámparas y contenedores que desarrollaron en conjunto con Fundación Artesanías de Chile. Una serie que toma como referencia piezas patrimoniales mapuche que eran parte de sus memorias familiares y las lleva al uso cotidiano con toques contemporáneos.
GUADALUPE SEPÚLVEDA: MAESTRA EN CRIN
En Rari, la localidad rural al interior de Linares, desde hace más de 150 años las artesanas mantienen vivo el oficio de la microcestería en crin. En un principio, la estructura base de sus piezas la armaban con raíz de álamo, árbol que crecía en los alrededores del río que atraviesa Rari. Hoy encontrar una pieza con raíz de álamo es encontrar un verdadero tesoro, ya que es una fibra escasa que ha ido desapareciendo con el tiempo. Sin embargo, todavía hay artesanas que crean mini tesoros con raíz de álamo como Guadalupe del Carmen Sepúlveda, quien teje pequeños canastos con raíz de álamo los cuales decora con flores de crin de caballo. Ella aún va al río a buscar las raíces de este árbol para luego limpiarla y tejerla tal como lo hacía su abuela, de quien aprendió el oficio cuando tenía cinco años. Una pieza muy valiosa que es reflejo de las tradiciones de esta localidad artesana y que Guadalupe se empeña en mantener vivo para rescatar el oficio desde sus inicios.


HILANDERAS DE LOS MIL PAISAJES, TEJEDORAS DE CHILOÉ
Una de las localidades donde se mantiene muy vigente la textilería chilota es en Quemchi, famosa por sus artesanas, herederasde la tradición hilandera de Chiloé, quienes aprendieron de sus mamás y abuelas a trabajar la lana de oveja y a usar el huso o la rueca para hilar. Como varias viven en islas cercanas a Quemchi y les cuesta estar siempre comunicadas, decidieron agruparse como “Las hilanderas de los Mil Paisajes”. Así, se ayudan a comprar materia prima y recibir encargos. Cada vez que pueden se juntan a hilar y mantener vivo el oficio textil de Chiloé. Hacen tejidos a palillo, como gorros, calcetines y pantuflas, y también piezas en telar como bajadas de cama.
TERESA OLAVARRÍA, TEXTILERA DE LA CARRETERA AUSTRAL
Teresa Olavarría, quien vive en Metri —una de las seis localidades donde a las artesanas se les conoce como “las textileras de la Carretera Austral”— aprendió a hilar y a tejer a los ocho años, de solo observar detenidamente e imitar a su madre. La textilería del Seno del Reloncaví, de la cual ella es representante, es resultado de una mezcla entre la textilería huilliche y española, cuya técnica las mujeres chilotas comenzaron a copiar de las revistas de punto cruz que traían las monjas desde España. Esa referencia dio vida a un tipo de tejido que le dio un sello a las artesanas textiles de la Carretera Austral por casi cien años: la frazada brocada —o florida—, que tiene una base de cuadrillé blanco con negro y donde, en los cuadraditos blancos, van intercalando una trama de hilado suplementaria colorida, que le da fuerza al tejido. Aunque parecen flores bordadas sobre la frazada, en realidad se trata de una ingenioso entramado que las artesanas hacen a medida que tejen en el telar.


JORGE MONARES Y EL TRABAJO EN COBRE
El artesano Jorge Monares heredó el oficio de su papá, quien hacía retablos con láminas de cobre. Trabajaron juntos largo tiempo. Jorge se casó y tuvo hijos jóvenes. Pero en un momento decidió emprender su taller de manera solitaria, sin su papá, y fue entonces cuando comenzó a hacer piezas nuevas, como angelitos o piezas con volumen por medio de la técnica del repujado a mano. ¿Qué significa eso? Que de una lámina de cobre Jorge puede hacer una pieza sin sumar material, sino solo dándole forma a esa lámina, que es como un pliego de papel.