Por Antonia Cordero Rodríguez.
Fotografía: Carolina Vargas y Pin Campaña.
Tradicionalmente en el mundo mapuche el encargado de trabajar la plata es un hombre, el rütrafe (platero mapuche). Solo en las manos de un varón suelen nacer las joyas para las familias: unos aros calados con la forma de una luna para la mujer soltera y con dos lunas para la mujer casada, o un adorno pectoral llamado trapelakucha para representar el cielo, la tierra y los vaivenes de la vida, que ocho artesanas de la comuna de San José de la Mariquina, en la Región de Los Ríos, aprendieron a trabajar para preservar el oficio en su territorio, donde ya no quedan rütrafe de la zona.
A diferencia del tejido -que heredaron de sus madres y abuelas siendo niñas-, aseguran que a la plata la eligieron. Convertidas en adultas buscaron a un maestro y estudiaron su materia prima, procesos y simbologías hasta convertirse en plateras.
“Quisimos aprender para conservar este oficio. Armamos un grupo de quince mujeres, la mayoría mapuche, y buscamos un profesor que nos enseñara”, recuerda la artesana de la agrupación Uberlinda Ortiz. “Así llegamos al orfebre Raimundo Cona, quien nos enseñó durante dos años. El primero le pagó la Forestal Arauco y el segundo año le pagamos nosotras. Bueno, en realidad nos cobraba los pasajes y le dábamos desayuno y almuerzo, nada más”.
Previo a convertirse en orfebres, las Plateras de Mariquina se dedicaban a tejer, como suele pasar en el campo donde la textilería radica en manos de mujeres. Ellas, en cambio, querían aprender el trabajo en metales.
Antes de ese primer taller en 2008, ninguna de ellas había trabajado con metales. “Nosotras trabajamos la lana, porque esa es la costumbre en el campo: las mujeres en el tejido, porque con eso también hacen la vestimenta”, explica Guacolda Manquelafquen, presidenta de la agrupación Plateras de la Mariquina.
“Yo también tejía”, dice la artesana Marta Carmen Toledo. “Así que partí de cero en la platería. Todas de cero. No conocía el metal, no conocía las herramientas”. Y entre risas, agrega: “Hay que ser sincera. De primeras fue muy complejo. Partimos quebrando muchas sierras. Pero echando a perder se aprende”.
De las quince que partieron, solo ocho continúan en la agrupación. Dicen que entre granalla, mostacillas, ganchos, sopletes y herramientas, han creado un vínculo único. “En el grupo nos llevamos bien, pero bien, bien. En las buenas y en las malas, ahí estamos. Yo, por ejemplo, hubo un año que me quebré el pie y las chiquillas me mandaban material a mi casa. Nunca dejamos de lado a nadie”, dice Marta Carmen. “Somos como una familia”, agrega Guacolda. “Nos apoyamos”, termina Uberlinda.
Antes de lanzarse a aprender el oficio de la platería, ninguna de las integrantes de la agrupación había trabajado con metales. “Hay que ser sincera. De primeras fue muy complejo. Partimos quebrando muchas sierras. Pero echando a perder se aprende”.
En las formaciones guiadas por Fundación Artesanías de Chile, la agrupación descubrió nuevas formas de trabajar la plata y se acercó a los símbolos de la platería mapuche, esos que sabían los rütrafe y que en gran parte eran desconocidos para ellas.
“Con la fundación empezamos a trabajar la figura de la olla, que es muy representativa en el mundo mapuche. Si vas a una casa, siempre hay una olla en su fogón. Para los mapuche representa la familia y, de hecho, el escudo de nuestra comuna tiene diez ollas. De ahí que inspiradas en esa forma sacamos una colección”, cuenta Guacolda, refiriéndose a Chaya Mari -diez ollas en mapudungun-, una colección de platería contemporánea mapuche conformada por un prendedor, tres collares y tres aros (puedes ver y adquirir parte de las piezas de esta colección aquí).
“Cuando empezamos con las ollitas alguien dijo: ‘Cómo van a hacer ollas, si las ollas son para hacer comida, no para andarlas trayendo de aros y esas cuestiones’. Yo les dije a las chiquillas que no se preocuparan, que nos iba a ir bien”, recuerda Uberlinda.
Desde entonces, todos los miércoles y jueves las plateras se juntan a trabajar, a ponerse al día y a hacerse compañía. En un espacio que les facilita la Municipalidad de Mariquina cortan, liman y avanzan en conjunto en los encargos que después se llevan a sus casas para perfeccionar.
“Es muy bonito lo que hacemos y realmente es la fuente de trabajo que tenemos. A mí me ha ayudado a conocer gente, a salir y a tener nuevos clientes”, afirma Marta Carmen.
Entre todas las etapas que implica realizar una pieza, cuentan, la que se roba por completo su atención suele ser la interpretación y representación de los símbolos que eligen. Buena parte la aprendieron gracias al rütrafe Raimundo Cona y las formaciones de la fundación, sin embargo, dicen, aún les falta una vida de investigación para llegar a conocer las interpretaciones locales.
“Como aquí no hay un rütrafe que sea de la zona, esa es una dificultad que tenemos para llegar al verdadero significado de nuestras piezas”, explica Marta Carmen. Pese a ello, aseguran, todas ellas están familiarizadas con conceptos universales: esos que están presentes en todo territorio mapuche, que hablan del origen y la historia del oficio que desarrollan.
A fin de cuentas, aseguran, todas las integrantes de la agrupación están vinculadas: las que no son mapuche de nacimiento están casadas con uno o tienen algún antepasado que pertenece al pueblo Mapuche. “Nosotras como mujeres mapuche queremos rescatar este oficio. Es muy gratificante recuperar modelos en joyas tradicionales hechas por nosotras”, dice Guacolda y muestra sus manos: “Estas son las manos de una platera”.
*Este reportaje fue publicado originalmente en el libro ProArtesano 2021. Semillas de Cambio, cuya investigación, textos y edición fue realizada íntegramente por Artesanías de Chile.









