La quilineja es una de las tantas fibras naturales que crecen en la isla de Chiloé, así como el junquillo, la manila o el voqui. Esta planta que trepa por los troncos de lumas, tepas, canelos y mañíos, se desarrolla en el bosque siempreverde y alcanza grandes alturas, llegando incluso a envolver por completo a su tutor, mientras que a veces se comporta como rastrera. Se encuentra entre las regiones del Maule y Aysén, su nombre científico es Luzuriaga polyphylla y pertenece a la familia de las alstroemerias.
Toda esta información, hasta hace poco desconocida, se pudo recopilar gracias a una investigación realizada durante 18 meses en conjunto por el Instituto Forestal, Indap, el Museo Regional de Ancud y la Fundación Artesanías de Chile. ‘Rescate de la tradición artesanal de la quilineja, mediante su valoración cultural y ecológica en Chiloé’ es el nombre de este proyecto interdisciplinario que, entre otras cosas, partió por realizar un catastro de los artesanos que trabajan con esta fibra en Chiloé.
–Creíamos que eran 4, resultaron ser 45, pero activos son 25 y están dispersos desde Ancud hasta Quellón –cuenta la antropóloga Carolina Oliva, representante de la Fundación Artesanías de Chile en este proyecto. ‘Hace dos años estuvimos en un encuentro de cesteros y ahí nos dimos cuenta de la necesidad de abordar de alguna manera el tema de la quilineja; una fibra natural que se usaba para hacer artesanía, pero de la cual no se tenía mucha información, ni siquiera desde la biología’, agrega.
Se logró obtener datos relevantes sobre cómo cosecharla sin matar la planta –se usan solo sus raíces aéreas– y acerca de su manejo sustentable. ‘Brota fácilmente y también se reproduce por esquejes, sin embargo, para llegar a la cantidad y calidad que se necesita para el trabajo artesanal pueden pasar 40 años’, cuenta Oliva. Por lo tanto, si bien no está en peligro de extinción, es una materia prima escasa, y al crecer en el bosque profundo, su recolección obliga a internarse y caminar kilómetros con ella a cuestas.
La investigación histórica realizada por el Museo de Ancud encontró rastros de la explotación de quilineja en Chiloé desde el siglo XVII, sobre todo para el uso de sogas, anclas e instrumentos náuticos. En los siglos XIX y XX tuvo una importante función industrial ya que se exportaba en fardos para hacer escobas y escobillones, incluso a Francia, y también hubo fábricas en Calbuco y en la isla. Hoy, la fibra se utiliza también para realizar canastos, sogas para embarcaciones y joyas.
–Chile es un país rico en fibras vegetales, pero muchas de ellas se encuentran en peligro de desaparecer, considerando que la mayoría crece en el bosque nativo. Por esto nos interesa participar en proyectos asociativos como este, que buscan rescatar materias primas y tradiciones artesanales –explica Claudia Hurtado, directora ejecutiva de la Fundación Artesanías de Chile.